Nací en San Vicenç de Castellet, a 6 kms. de Manresa y estudié en el colegio de las Hermanas Dominicas de Sant Vicenç hasta los 11 años. A partir de entonces, continué mis estudios en las Hermanas Dominicas de Manresa. Entre las materia opcionales que teníamos escogí dibujo y pintura que, además de la música, fueron las que en aquellos años jóvenes, más me interesaban. La clase de pintura era la que más me gustaba y quizás, una de las razones fuera la de que la hermana encargada de impartirla era muy simpática y tenía mucha paciencia con nosotras.
Mi padre se llamaba Salvador Arimany y mi madre Rosa Brossa. Mi padre era constructor de obras y arquitecto sin carrera, porque entonces aun no era indispensable tener un título para ejercer. Únicamente era necesario ser un buen profesional.
Cuando tuve catorce años, mi padre me dijo que le gustaría que cada día fuera unas horas a su despacho para ayudarle - por este motivo había querido que estudiara empresariales - materias que no era muy de mi agrado. Lo que sí me gustaba era ver los planos que dibujaba de las casas y de una fábrica que había construido, muy moderna para aquellos tiempos. Estoy convencida de que todo esto fue la primera influencia que tuve para concretar el estilo de mis esculturas, ya que creo que tienen reminiscencias arquitectónicas.
Mi amistad con Ma. Antonia Palauzzi, quien regentaba la tienda “Popular” de la calle Montcada de Barcelona, y que más que una tienda era una “tienda-museo”, fue como el punto de partida que me llevó a investigar sobre la cerámica.
En la fábrica familiar instalé mi estudio en el laboratorio, con José Cantacorps, que tenía entonces 14 años y aún hoy sigue colaborando conmigo.
Me inicié en el laboratorio de nuestra empresa familiar ya que me permitía diseñar plafones de gres refractario utilizando fórmulas de esmaltes del libro de Llorens Artigas, el gran maestro de la cerámica. Llegó un momento en el que me atreví a crear nuevas fórmulas de esmaltes, y lo encontré apasionante. Me sedujo la idea de hacer investigación en cerámica y fabricar mis propios esmaltes, creando mis fórmulas propias a diferentes temperaturas, lo que me permitió obtener unos colores que interesaron enormemente a mi marido, hasta el punto de que me dijo que intentaría cambiar la fábrica de ladrillos por una de azulejos en cerámica siguiendo las fórmulas y con los materiales sobre los cuales yo había investigado.
Muy pronto empezó a trabajar conmigo un ingeniero agrónomo de Calaf, Joan Vilaseca, a quien enseñé todos mis descubrimientos a fin de poder experimentarlos a nivel industrial. Durante dos años, le transmití todos mis conocimientos, que sirvieron ya para iniciar la transformación de la fábrica ladrillos en una fábrica de cerámica.
Esto me permitió hacer mi creación particular de artesanias, todas hechas a mano, pero más comerciales, y cocerlas en un horno pequeño, con la idea de poder comprar con mi esfuerzo un horno de mayores dimensiones. Durante unos años diseñé muñecas, cuadros y otras piezas varias, como un ejercicio de estética, ya que, al mismo tiempo empecé a fabricar piezas únicas de escultura.
Entonces conocí la padre Mauri, un sacerdote que tenía en su fundación a niños del Tribunal Tutelar de Menores que procedían de las barracas de Casa Antúnez. Me presté a tenerlos como alumnos. Vinieron cuatro y estuvieron conmigo casi cuatro años. Así empezó el pequeño taller que tuve durante unos años.
En mi estudio empecé la creación de grandes murales por encargo del Dr. Leopoldo Gil Nebot, ya que consideraba que el material que yo utilizaba era el más adecuado. Mis primeros murales fueron los de la Iglesia de las Hermanas Esclavas de Valencia, la capilla del Hospital Clínico de Barcelona, el vestíbulo de la Clínica de El Pilar, el mural de entrada de las Escuelas de Santa Ana de Lérida, dos murales en la calle Bruc de Barcelona para la Unión de Mutuas de Cataluña y Baleares, etc.
Después seguí investigando con mis propias fórmulas, sintiéndome cada vez más interesada por la investigación y por la creación.
Algunas de las piezas de la serie Tierra y Papel, hechas con placas de cerámica, se imprimieron con las últimas linotipias que utilizó La Vanguardia, antes del cambio digital.
Mi padre se llamaba Salvador Arimany y mi madre Rosa Brossa. Mi padre era constructor de obras y arquitecto sin carrera, porque entonces aun no era indispensable tener un título para ejercer. Únicamente era necesario ser un buen profesional.
Cuando tuve catorce años, mi padre me dijo que le gustaría que cada día fuera unas horas a su despacho para ayudarle - por este motivo había querido que estudiara empresariales - materias que no era muy de mi agrado. Lo que sí me gustaba era ver los planos que dibujaba de las casas y de una fábrica que había construido, muy moderna para aquellos tiempos. Estoy convencida de que todo esto fue la primera influencia que tuve para concretar el estilo de mis esculturas, ya que creo que tienen reminiscencias arquitectónicas.
Mi amistad con Ma. Antonia Palauzzi, quien regentaba la tienda “Popular” de la calle Montcada de Barcelona, y que más que una tienda era una “tienda-museo”, fue como el punto de partida que me llevó a investigar sobre la cerámica.
En la fábrica familiar instalé mi estudio en el laboratorio, con José Cantacorps, que tenía entonces 14 años y aún hoy sigue colaborando conmigo.
Me inicié en el laboratorio de nuestra empresa familiar ya que me permitía diseñar plafones de gres refractario utilizando fórmulas de esmaltes del libro de Llorens Artigas, el gran maestro de la cerámica. Llegó un momento en el que me atreví a crear nuevas fórmulas de esmaltes, y lo encontré apasionante. Me sedujo la idea de hacer investigación en cerámica y fabricar mis propios esmaltes, creando mis fórmulas propias a diferentes temperaturas, lo que me permitió obtener unos colores que interesaron enormemente a mi marido, hasta el punto de que me dijo que intentaría cambiar la fábrica de ladrillos por una de azulejos en cerámica siguiendo las fórmulas y con los materiales sobre los cuales yo había investigado.
Muy pronto empezó a trabajar conmigo un ingeniero agrónomo de Calaf, Joan Vilaseca, a quien enseñé todos mis descubrimientos a fin de poder experimentarlos a nivel industrial. Durante dos años, le transmití todos mis conocimientos, que sirvieron ya para iniciar la transformación de la fábrica ladrillos en una fábrica de cerámica.
Esto me permitió hacer mi creación particular de artesanias, todas hechas a mano, pero más comerciales, y cocerlas en un horno pequeño, con la idea de poder comprar con mi esfuerzo un horno de mayores dimensiones. Durante unos años diseñé muñecas, cuadros y otras piezas varias, como un ejercicio de estética, ya que, al mismo tiempo empecé a fabricar piezas únicas de escultura.
Entonces conocí la padre Mauri, un sacerdote que tenía en su fundación a niños del Tribunal Tutelar de Menores que procedían de las barracas de Casa Antúnez. Me presté a tenerlos como alumnos. Vinieron cuatro y estuvieron conmigo casi cuatro años. Así empezó el pequeño taller que tuve durante unos años.
En mi estudio empecé la creación de grandes murales por encargo del Dr. Leopoldo Gil Nebot, ya que consideraba que el material que yo utilizaba era el más adecuado. Mis primeros murales fueron los de la Iglesia de las Hermanas Esclavas de Valencia, la capilla del Hospital Clínico de Barcelona, el vestíbulo de la Clínica de El Pilar, el mural de entrada de las Escuelas de Santa Ana de Lérida, dos murales en la calle Bruc de Barcelona para la Unión de Mutuas de Cataluña y Baleares, etc.
Después seguí investigando con mis propias fórmulas, sintiéndome cada vez más interesada por la investigación y por la creación.
Algunas de las piezas de la serie Tierra y Papel, hechas con placas de cerámica, se imprimieron con las últimas linotipias que utilizó La Vanguardia, antes del cambio digital.
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